No se la cantidad de verdes que es capaz de distinguir el ojo humano.
Por el camino, se repliegan en las laderas del valle: durante el día todos encendidos, encegueciendo; por las noches nunca terminan de apagarse. Verdes oscuros, verdes brillantes, verdes casi negros. Sólo un camino conduce a la espesura vegetal. El verde parece no querer dejar nunca de avanzar. Dentro de él, yacen restos de lo que en su momento fueron piezas móviles, venas latentes. Pero aquí, la vida parece renacer de cualquier punto inmóvil. Aquella estaticidad que uno presume inherte no tarda en manifestarse haciendo alarde al menos de un color, una forma, un olor.
Nunca entendí por qué la muerte lleva consigo implícitas connotaciones negativas. Nunca entendí por qué la muerte es negra y es lágrimas.
La entiendo mas como proceso de regeneración de las cosas que como punto final de las mismas. Desde el momento en que creemos que algo muere, sucede todo lo contrario. Miles de otras cosas se desprenden de eso "muerto" y vuelven a nacer. Para que esto exista hoy, aquello ha de haber muerto ayer; para que pueda existir esto otro, hemos de morir primero nosotros.
Quizás sea el miedo a la desaparición, a la inexistencia y al no poder perdurar en el tiempo quienes inducen al hombre a atribuir dicha negatividad temerosa al hecho de morir.
El no poder quedar registrado en El Libro.
La materia es una. Se regenera, se transforma, muta.
lunes, 23 de abril de 2007
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